21 jul 2009

El Gráfico
Domingo 11 de enero de 2009


El día estaba tornándose caluroso y yo, terminaba de darle los últimos toques a mis pantalones de mezclilla Sergio Valente levantándole el dobladillo. “Perfecto, ahora sólo me unto tantito Studio Line al estilo Rick Astley y ya está”.

Mis cuates ya me estaban chiflando para que saliera de mi chante. Ellos eran de la colonia Guerrero y yo de la Tabacalera.

El ánimo estaba candente y mientras decidíamos a dónde ir, El Quesos propuso ir al parque Hundido “¿El parque Hundido?, Y a qué madres vamos a ir a un parque que está jodido?”, comentaba El Quinceuñas o El Manquito, pa’ que me entiendan, “el jodido eres tú, pinche ignorante… así se llama porque está hundido y tiene un relojote wey”, le respondía El Quesos.

El pesero lo tomamos en Insurgentes con dirección a San Ángel. Éste ostentaba el clásico chofer que extendía sus gustos deportivos al servicio público. De las bocinas, de diámetro considerable, colgaban unos cascos de americano que daban en la compra de una nieve en Danesa 33 y, éstos, se sacudían al ritmo de la canción Venus, hecha hit en aquellos años por el grupo Bananarama.

“Uuuff, a de ser bien popof ese mentado parque”, arremetía El Quinceuñas, tratando de hacerse escuchar entre los pasajeros al percatarse que, mientras más nos alejábamos de San Cosme, la fisionomía de la ciudad, cambiaba hacia el sur.

El parque estaba inundado de chavas de entre 14 y 17 años. Castañas, rubias y apiñonadas se desplazaban sobre sus patines agarradas de la cintura muy al estilo Roller Boggie, “ya viste pinche Mario, pura princesa… cómo se nota que estamos lejos del barrio”, Y bien cerca del paraíso, pensaba al tiempo que observaba que casi todas vestían un mini short con abertura en sus lados, que hacían lucir sus piernas más largas.

“Aquí la onda es patinar y como nadie viene prevenido, pos vamos a echarnos uno helados no weyes, ahí se mira un 33”, sugería El Quesos.

Los helados Danesa 33 era la ‘pura onda’ en esa época y estaban a un costado del dichoso parque. Además de sus inolvidable sabor, te servían el helado en cascos de plásticos de la NFL. “Yo quiero un helado de chicle con el casco de Green Bay”, afirmaba El manquito.

Por supuesto que todos teníamos a nuestro equipo favorito. Pero creo que esa heladería impulsó, sin querer, las morbosas ganas de coleccionar a todos los equipos de la liga. Los de más demanda eran los cascos de San Francisco, Green Bay y los Dallas Cowboys.

“Me da un napolitano en un casco de Pittsburg, por favor”, le decía a la dependiente. “No hay… sólo de San Francisco”, “Bueno démelo, total, después de mi Bradshaw, hay que reconocer que el pinche Montana es bueno… ¿o no? mi pinche Quinceuñas”. “Sincho, ajum… ajum”, me contestaba embutiéndose su mentado helado de chicle que le habían servido en un casco de los Packers cuando, de pronto, una ilusión entró por la puerta.

“Me das por fa, mmm uno de chocolate en un casco de Dallas, plis”. No daba crédito. Una chica delgada de mirada azulada que, combinada con su tupida cabellera rubia, me hizo pensar que si alguien hubiera materializado en carne y hueso a esa chica que romanceaba con Antony y cachondeaba con Terry, ésta, se encontraba degustando una nieve frente a mis ojos. Candy… Candy, pensé.

Sus lamidas al helado eran gloriosas. Con su lengua rosada rodeaba la circunferencia de éste lentamente y yo, esperaba con ansias se le escurriera entre sus finos dedos una porción de chocolate para ver si su lengua la seguiría. “Órale pinche Mario, mira cómo me chupo lo que se me embarró en mi lado manco”, me interrumpía mi cuate, mientras se lamía la parte por la cual se le conocía como El Manquito o El Quinceuñas… la base de su codo derecho.

Según algunas versiones que coinciden, fue un extranjero quien ideó este negocio que, tras su éxito, lo convirtió en una de las franquicias más exitosas de principios de los ochenta, para luego venderla a Nestlé en 1988.

Ahora sólo quedan algunos vestigios perdidos en la ciudad, de su existencia. Los sabores de los helados de hoy en día, no son lo mismo desde que enunciamos su recuerdo. Ya sólo queda tararear la canción del grupo Afrodita: “Danesa, regresa… ya tengo 33”.

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