11 mar 2010



Por Susana Medina

Una criatura tímida se desliza discretamente hacia la sucursal más cercana de la única franquicia que vende discos en su país. En sus fríos y largos dedos sostiene unas cuantas monedas que le sobraron de la quincena, o una virginal tarjeta de crédito dispuesta a desfalcarse por un redondo y luminoso objeto de deseo. Unos minutos después, la misma criatura, ahora apresurada, abandona la tienda hasta encontrar un lugar dónde desempaquetar su compra, dicho sitio no necesariamente se encuentra cerca de un reproductor de discos compactos… Desprende el plástico y las engorrosas etiquetas que lo preservan. Jorobándose sobre los desenvuelto susurra con ternura “mi CD, …¡my prrrrecious!” mientras acaricia en signo de adoración la textura y el arte del libreto.

Si usted se regocija en el ágil fluir de las carátulas digitales en su biblioteca de iTunes y no lo seduce el arte de los discos físicos, ediciones especiales o boxsets: ¡lo felicitamos! Usted ha dado un salto evolutivo, sus hijos nacerán sin muelas del juicio y no presentarán el inútil “dedo chiquito” en sus pies. El Apocalipsis puede augurar la inminente extinción del CD, así como puede parecer que las disqueras cuelgan del precipicio y que los Torrents les están pisando los dedos para hacerlas caer… La situación no es tan grave, en el fondo del abismo las esperan unos cuantos fetichistas que sostienen trampolines para aquellos dispuestos a adaptarse al nuevo consumo musical.

Sin detenernos en el futuro de la industria, ni en el modelo comercial que hará de dicho negocio algo redituable, concentrémonos en aquellos engolosinados que aún invierten en una copia física. Son pocos, pero aún existe un nicho importante dispuesto a pagar si el contenido del producto posee un valor extraordinario. En el año 2009, la edición especial del álbum Eating Us de Black Moth Super Rainbow venía en una caja peluda que se agotó por completo en órdenes de apartado. La colaboración Dark Night Of The Soul entre Danger Mouse y Sparklehorse con una serie de cantantes, no imprimió disco alguno, pero sacó a la venta 5000 copias de un libro cuyas 100 páginas ilustraban la música con fotografías capturadas por David Lynch; acompañadas por un poster y un CD en blanco: ahí para que lo baje usted y lo queme. En el 2010, Beach House lanzará Teen Dream complementado por un DVD que contendrá un videoclip para cada corte de la producción.

A pesar de que el combo LP más descarga de mp3 puede suprimir al disco compacto, con el resurgimiento tsunami del vinilo y las nuevas posibilidades tangibles y visuales para la música, ¿podemos decir que el formato físico está muerto? El fetiche del CD o LP, así como el boleto de concierto autografiado, implica asignarle un valor mágico al objeto, que seamos realistas, no es inherente a él. Parte de ese poder es llegar a poseer un pedazo de la banda -“con esta copia del It’s Blitz tengo un cachito de Karen O”. Las ediciones físicas nos hacen cómplices, y aunque ya no sean el negocio multimillonario a la usanza del Thriller de Michael Jackson, son el capricho de un número muy respetable de “gollums” coleccionistas. No es melancolía ni pánico, el mercado se ha reducido y ha llegado el momento de que las transnacionales, distribuidoras y “menudistas” repiensen sus demandas financieras.

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